Algunas de mis pisadas...

Mi foto
Pontevedra, Pontevedra, Spain

jueves, 26 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: UN GLOBO EN EL TEJADO

 

Nuestra estupenda pandilla de Medeiros iba menguando como los días de vacaciones. Poco a poco se reducía la chiquillería de las calles y las tardes de continuo alboroto infantil. Así que los paseos ya empezaban a ser más cortos y los partidos de futbolín en el bar de Cándido necesitaban menos vueltas para concluir la liguilla. Mis primos y yo intentábamos en esa última semana arañar minutos a las horas para estar juntos. Tanto es así que ante la orden de mi tía Mercedes de no salir hasta después de las seis, prefería acudir a su casa y quedarnos encerrados en una de las habitaciones donde iniciar, hasta el permiso correspondiente, nuestras hazañas personales. Era tiempo de inventarse cualquier tipo de juego y con los elementos más sencillos que estaban en nuestra mano. Sin hacer publicidad a una marca de pipas, aquel verano nos suscribimos a esas bolsas que traían unas bolitas en su interior. Si al romperla aparecía un punto oscuro, teníamos que volver al puesto de venta porque nos había tocado un estupendo globo con el eslogan de la marca. Una unión genuina entre las pipas y un toro que se lamentaba de morir sin haber probado aquel estupendo manjar. Con la imaginación propia de aquella maravillosa edad, nos inventamos un juego trepidante. Hinchar el globo, subir las escaleras del taller de Paco, decir a los cuatro vientos el lamento del pobre toro y soltar el globito de marras. Tras decenas de subidas y bajadas, y las risas propias de ver hasta donde llegaba la desinflada del pobre globo, ocurrió lo que no habíamos pensado. La trayectoria del hinchable desvió su camino hasta el tejado. Menuda mala suerte, ahora que le habíamos cogido el tranquillo al juego recién inventado. A pesar de los intentos de subirnos hasta el tejado para recuperar nuestro utensilio deseado, solamente faltó el chillido de mi tía para dejar en paz el tejado, el globo y cualquier ocurrencia que pasara por nuestra cabeza. “Vamos a comprar otra bolsa de pipas. Igual nos toca otro globo”. Pero la suerte no se acerca dos veces, y en nuestro caso, tampoco. Así que sentados en las escaleras de la casa de mis primos, mirábamos con nostalgia el pobre globito azul que descansaba ya para siempre en las tejas de la casa de enfrente. Una primera derrota en nuestro quehacer infantil no sería suficiente para acabar con nuestra tarde estival. “Y si vamos hasta el Valeciño? Pues vale”. 


Aquellas últimas tardes en Medeiros eran un ir y venir por sus calles, como comprobando que muchos ya habían marchado y dejado ese halo de morriña que quedaría en el aire hasta un año después. En la fuente del Valeciño pasábamos un buen rato observando como la veta de la fuente exponía una profundidad impresionante. De ahí siempre los avisos de no asomarse demasiado y tener mucho cuidado para acercarse a beber en el continuo chorro de agua que salía de ella, fresca y limpia para esas últimas tardes de calor.

Puestos a visitar fuentes, decidimos acudir también a la del Bouzo. Junto a ella teníamos la casa del cura y el espectacular cruceiro de Medeiros, que había servido en la época de nuestros padres como punto de reunión para aquella juventud. Y como recordando esos tiempos pasados, nos sentábamos a los pies del cruceiro para comentar las pocas cosas que ya nos quedaban por contar. Recordar nuestras andanzas y reírnos de alguna que otra travesura que quedarían año tras año en nuestro coleccionable particular y que servirían para seguir soñando con nuestra aldea. Allí terminamos la última bolsa de pipas. Pensando ya en qué hora podría ser, vimos a Don Antonio, el cura de la parroquia, que salía apresurado de su casa. “Hola mozos, qué hacéis… ¡¡Uy!! menuda cara de aburrimiento… Venga, venid conmigo a misa”. Cualquiera le decía que no a Don Antonio. El cura que nos había visto crecer a todos. Así que allí nos dirigimos. Era una forma más de alargar aquel atardecer. Teníamos el mejor salvoconducto para llegar un poco más tarde a casa. Mientras tocaban la última llamada a misa, aprovechábamos para visitar a nuestros seres queridos en el cementerio que rodeaba nuestra iglesia. Sabíamos de la ubicación de familiares y vecinos que nos habían dejado ya hace tantos años. En voz baja y con un inmenso respeto íbamos recorriendo las lápidas y las flores que recordaban con cariño a todos ellos. Bien valía un pequeño rezo por todos ellos. Una forma especial de alargar su existencia con un hermoso recuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por tu comentario. Nos leemos!!