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lunes, 9 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LA ETERNA LLEGADA A MEDEIROS

 

Y llegaba el momento tan ansiado. Tras un día y medio de viajes, era la última subida a un medio de transporte para adentrarse en el interior ourensano y poner los pies en mi querida aldea. Casi dos horas de viaje por la carretera antigua que atravesaba la baixa Limia para volver a subir hasta la montaña de Monterrei donde abrazar el tiempo con los tuyos. No era de los trayectos más deseados por mi. No me llevaba muy bien con los vehículos de carretera, con lo cual, mis posibilidades de marearme estaban presentes desde el primer escalón para subir al autobús. Sabía que, nuevamente, entre el consejo de mamá para que me durmiera, hasta el juego preferido de papá para otear el primero ciertos lugares que bien conocíamos, pasaría la mayor parte del trayecto sin demasiados problemas. Llegar a la parada de Xinzo de Limia significaba estar a una zancada de la entrada de Medeiros. 


Tanto es así que antes de experimentar un nuevo silencio en el viaje, se podía escuchar a mi madre avisando de que ya estábamos entrando por la Corredoira. A partir de ese momento era mamá la que regresaba a su infancia y con ojitos repletos de emoción buscaba la silueta de su padre que ya esperaba en un lado de la carretera la llegada del autocar. En aquel tiempo vivía con extrañeza tanta emoción contenida de mis mayores, que terminaba en lágrimas de alegría por los abrazos robados de todo un año. Me sonrío recordando aquella extrañeza tan bien llevada, ya que con el paso de los años esa costumbre familiar de llorar ante cualquier emoción ha formado parte de mi existencia, siendo a día de hoy el primer reproche simpático por parte de mis hijas.

Tras bajar todos los bártulos del viaje comenzaban los primeros reencuentros familiares y vecinales. Desde la familia del hermano de mi madre que con la puerta abierta de su casa dejaba las primeras bienvenidas, hasta los amigos del vecindario que todavía estaban en la tertulia de las primeras horas de la tarde. Faltaba aún que bajara un poco el calor intenso de aquellos días de agosto para volver a ver movimiento por las callejuelas de Medeiros. Sería el momento de ver como se sacaban al monte las vacas, bueyes, cabras... junto al estimable burro que llevaría la carga de vuelta con los feixes de hierba para llenar las cuadras.

Entre diversidad de saludos también llegaba el primer encuentro con el hermano de mi padre, quien vivía muy cerca de la casa de mis abuelos. Todos estaban bien, todo permanecía en esa tranquilidad que parece no tener ni una sola posibilidad de cambio. Una sensación que con el paso del tiempo, entiendes que es un engaño perfecto de la vida y que se esfuma irremediablemente con el transcurrir de los años. Me imagino que gracias a esa plácida sensación de permanencia, nace ese deseo intenso de regresar a ese pasado que solamente vuelve entre los benditos recuerdos. Desde la última revuelta de la calle ya podía alcanzar con la vista a mi abuela. Sentada en los escalones de la entrada a nuestra casa, seguía impertérrita cualquier movimiento hasta que ella también veía nuestra llegada. Con las manitas juntas y con el llanto de la llegada deseada, se repetía la emoción de la alegría contenida ante tanto tiempo de espera.

Imágenes y situaciones que se entrecruzaban en todas las casas de Medeiros. Padres que esperaban a sus hijos y nietos desde Alemania o Suiza, o desde cualquiera de las ciudades que han servido a muchas generaciones para avanzar en la vida que desde el rural, y más en aquellos años, poco podía ofrecer para la prosperidad de tantos. Subir las maletas y los bolsos junto con la llegada de otros tantos familiares que no desaprovechaban los saludos y los comentarios propios sobre cuánto había crecido o qué contentos estarían mis abuelos. Volver a abrir mi habitación de la ventana que seguía impoluta desde que la abandoné hace un año. Rebuscar los juguetes que, escrupulosamente, había dejado bien guardados mi abuela o abrir la puerta de madera para salir al balcón desde el que siempre recordaré a mi abuelo apoyado con la mirada en aquel horizonte que sabía de la frontera con Portugal. Todo seguía amorosamente en su sitio. Todo permanecía en el aroma de los recuerdos que sirvieron de anhelo durante doce meses. Todo seguía igual para vivir un estupendo mes de vacaciones en Galicia. “Hija, sal que han venido tus primos”. Sí, todo empezaba de nuevo, también estaban mis queridos primos, Toni y Merche. Con ellos comenzaba lo más deseado, el reencuentro con la entrañable pandilla de Medeiros.


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