Algunas de mis pisadas...

Mi foto
Pontevedra, Pontevedra, Spain

sábado, 21 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: UN DÍA EN LA REGUEIRA

 

Con el paso de la fiesta del 15 de agosto, Medeiros volvía a vivir el éxodo goteante de todos los veranos. Regresaban nuevamente las tristes despedidas de quienes por unos días habían completado aquellas casas de tiempo que encontrabas en cada paso que dabas por la aldea. Así que para los que todavía nos quedaban unos cuantos días más, era el momento de exprimir cada una de las actividades que quedaban pendientes para compartir con los nuestros. 

Aquel año y gracias a esas sincronizaciones que, a veces, te regala la vida cotidiana, la familia directa de mi padre protagonizó un comida popular en el río. Las hermanas de mi padre, Luisa y Mercedes, junto con parte de su prole, nos encaminamos hasta nuestra Regueira donde pasar un estupendo día. El menú era lo de menos, porque la opción de unas estupendas sardinas y la irrenunciable pota de cachelos garantizaba el éxito al paladar.

Mamá preparó algunas cosas para que mi padre y yo lo lleváramos para el festín. Los más pequeños, bien sabedores del camino, saldríamos perfectamente equipados para llegar hasta el río a buen paso. Las idas siempre eran estupendas, ya que cuesta abajo todo se hacía más llevadero. Un recorrido donde todavía nada nos pesaba, y menos pensar en la vuelta, que con la cuesta se hacía eterna hasta que veíamos el cartel de la llegada a Medeiros.

Cuando comenzamos a bajar el camino abrupto para llegar a las primeras orillas del Búbal, ya éramos sabedores de que nuestros mayores se encontraban en acción. Las primeras sábanas extendidas entre las matas frondosas, para que quedaran bien blanqueadas con el aún sol intenso de agosto, nos avisaba por donde se encontraban nuestras familias. Mientras las mujeres se encaraban con los golpeteos constantes a las piezas de ropa contra las rocas, bien alisadas por la erosión del agua, los hombres comenzaban a buscar las pequeñas ramas que servirían para hacer un buen fuego para los quehaceres culinarios. Una actividad en la que participamos activamente con nuestra aportación con ramitas que ayudarían a avivar aquel cocinar tan primitivo y natural. No faltarían los chapuzones en el río. Era una estupenda oportunidad para lavarnos el pelo en aquella agua que no necesitaba suavizantes, dejando una sedosidad y brillo incomparable. Cosas que nos regalaba la naturaleza sin pedir nada a cambio.


Para el mediodía comenzaba el trasiego en nuestra estupenda cocina alternativa. Con el lugar bien enfundado con piedras, para evitar que las llamas fueran más allá de los necesario y con el cubo de agua preparado para cualquier despiste, el fuego estaba preparado para recibir las primeras parrillas para empezar a asarlas. Antes ya se habían cocido las patatas en una gran pota que, junto al agua del río y un generoso puñado de sal, se convertirían en unos estupendos cachelos que simplemente oliendo ya alimentaban. Los cachelos necesitaban ser escurridos y golpeados posteriormente en su olla para dejarlos con esa textura característica y comerlos casi de un bocado. Menuda delicia, que sigue siendo apetecible como acompañamiento a cualquier comida.

Mientras, el aroma inconfundible de las sardinas recién hechas iniciaba el despliegue de todos nosotros por el suelo, buscando un buen acomodo para el festín. Tampoco podía faltar la media ola de viño de casa que permanecía fresquito en un regato del río como la mejor bebida de acompañamiento. Los más pequeños ya teníamos preparadas nuestras cantimploras de agua que previamente habíamos llenado en la fuente del Portelo antes de salir de la aldea y que habían hecho compañía a la garrafa de vino en su refrescar generoso. Una garrafa de vidrio que, bien forrada de cestería, se reciclaba cada año para ir guardando la cosecha familiar de la vendimia.

La sobremesa se llenaba de risas y anécdotas de tiempos pasados. De todo lo que la vida había ido cambiando. Nostalgias propias de quienes preceden en este andar de la vida y que ahora nos sirve a nosotros, ya bien creciditos, para entender mejor esa morriña gallega que permanece como un manto de resueños en cualquiera de nosotros. Para nuestra familia también comenzaba el tiempo del goteo de despedidas. Algunos de mis primos ya marchaban en un par de días, y con ello empezaba el difícil trabajo que suponía comenzar a deshojar nuevamente el calendario para contar otros doce meses de espera. Papá sabía bien de esos sentimientos. Más de media vida con la misma tarea de llegar y volver a marchar. Por eso era tan importante vivir aquel mes de agosto con toda la intensidad posible, para dejar bien lleno ese vacío de tantos meses.

Escuchar aquellas conversaciones tan frágiles de entereza nos dejaba a mis primos y a mi con la realidad que teníamos por delante. Empezamos a descontar los días que nos quedaban para nuestras despedidas particulares. Comenzamos a sobrellevar que el verano estaba llegando a su fin y a contar los días también para la vuelta al cole. Gracias a mi prima Merche aquel desazón vital se esfumó con una magnífica propuesta. Ya podíamos volver a las aguas del río…..”El último se lleva el aguadilla de todos¡¡”. Las risas volvían a hacerle competencia a los pajarillos que pasaban por allí. Todo regresaba a su ritmo esencial. Recoger la ropa recién seca. Limpiar nuestra zona de cocina para intentar que nada de lo ocurrido alterara el encanto de aquel paraje... Y cerrar las primeras nostalgias de un verano que comenzaba a despedirse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por tu comentario. Nos leemos!!