Algunas de mis pisadas...

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Pontevedra, Pontevedra, Spain

sábado, 31 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LA CITA CON LA CABINA TELEFÓNICA

 

Hará más de una década desde la última vez que usé una cabina de teléfono pública. A estas alturas, me siento especialmente mayor cuando les recuerdo a mis hijas la utilidad cotidiana de aquellos locutorios urbanos que adornaban las calles de cualquier barrio. En los primeros años de veraneo todavía existía aquel locutorio público donde una amable señora con su juego de clavijas te hacía pasar a unos pequeños habitáculos con teléfono, y al descolgar ya tenías la llamada en marcha con el número que habías pedido. En aquellas ya fue toda una revolución contar con un teléfono en casa, y en su defecto, con aquellas carlingas con las que poder acceder vía telefónica a la conversación con quien quisieses. 

Aquel verano también contaba con la novedad de la instalación de una cabina de teléfono en la plaza del pueblo. Con esta primicia podíamos fijar el día y la hora de ir a llamar a papá con más asiduidad semanal que en otras ocasiones. Todos los jueves y sábados por la noche hacíamos el paseíllo correspondiente hasta el lugar donde esperaría el turno para conectar con la vida cotidiana de mi padre. Con un poco de suerte, no tendríamos a nadie delante ni detrás, y así poder mantener una conversación sólo limitada por el número de monedas que mamá había atesorado de sus cambios en la compra, alargando lo más posible la charla placentera con papá. Con las limitaciones monetarias, aprovechaba mi camino de llegada haciendo un buen resumen de todo lo imprescindible que tenía que contarle. Mensajes muy importantes para aquella edad que solamente sabía de diversión y aventuras que organizar. En aquella ocasión era de máxima urgencia que no se olvidara, en su próximo viaje, de traerme unas cintas de música que trabajosamente había estado grabando en mi magnetofón, deseado regalo de cumpleaños, para amenizar nuestras reuniones veraniegas con la pandilla. Le tenía que explicar muy bien dónde estaban, los detalles  escritos en la tapa y que no se confundiera con otras que no tenían inscripción. Tras la nerviosa explicación, mi padre siempre decía que sí, que esperaba encontrarlas y que me las traería el próximo día. Cuántas veces he vivido esta situación, pero con mi propia prole, y cuántas veces me he vuelto loca intentando encontrar esas cosas tan imprescindibles. Reconozco que a mi padre le llevaría su tiempo, ya de por si tan limitado, para cumplir los deseos de la niña. Tras la conversación con mi madre, llegaba el momento de dejar que se cortara plácidamente la llamada y agotar la última moneda que nos regalaba la voz de mi padre. Y tras el clic que anunciaba el final de ese saldo monetario, llegaba el momento del silencio. “Ya está, se cortó”. Así terminaba mi madre con el auricular todavía en la oreja. “Mamá, seguro que papá encontrará mis cintas, ¿verdad?”…. “Pues claro que sí, ya verás como las trae”… Toda una aseveración matriarcal que alejaba mis preocupaciones a base de los típicos saltos de alegría y aprobación mientras nos encaminábamos, paso a paso, hacia nuestra calle.

Aún seguían las tertulias callejeras del vecindario para refrescar la llegada del momento de ir a dormir. Yo comunicaba las buenas noticias a mis amigos, ya que en los próximos días tendríamos los hit radiofónicos sin tener que esperar a que salieran en los famosos programas de las listas de éxito. Todo un complemento a nuestras visitas a la piscina y, por supuesto, a las fiestas callejeras que tanto nos gustaba celebrar. ¡Qué más se podía pedir…!

viernes, 30 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LA PRIMERA TORMENTA DE VERANO

 En algún momento de esos días calurosos, llegaba la coplilla de mi madre recordando que tanto calor iba a traer un tormentón. Y sin esperarlo, cualquier tarde empezaba a tronar en la lejanía de la sierra como el aviso preciso sobre la llegada de esa ventisca que rompería todos nuestros proyectos vespertinos. También es cierto que se agradecía ese refrescor atmosférico a las temperaturas acumulativas que parecían no tener fin.

Con los primeros relámpagos el aviso para cobijarse en casa era de orden y mando. Casi mientras llegaba a la puerta de mi casa se escuchaba el intenso golpeteo de la lluvia que tornaría en el granizo que tanto alertaba a mis vecinos del campo. Recuerdo el ventanal como una pantalla de cine donde observar cada uno de los fenómenos atmosféricos que nos acompañarían en los próximos treinta minutos. Con la sierra de fondo, el entrelazar de los rayos de luz parecía una danza mágica bajo el cielo oscuro que presagiaba la intensidad de la naturaleza que, como siempre, estaba por encima de nuestras capacidades predictivas.

Era el momento de desenchufar cualquier electrodoméstico que pudiera ser objeto de esa atracción fatal a los rayos. Me acuerdo la serenata entre mi madre y mi hermano en la eficacia de esas medidas preventivas…. Mamá, que hay un pararrayos en el campanario; No hijo, mejor desenchufar no sea que no funcione, que a mí me da mucho miedo...En fin, mi madre impondría su criterio, aderezado con el anecdotario de efectos adversos de las tormentas en tiempos pasados. Y con ese argumentario incontestable, allí nos quedábamos los tres con la mirada perdida ante lo que se venía encima solamente interrumpido por el estruendo, cada vez más cercano, de los imperiosos truenos. Todo bien aderezado con las súplicas a Santa Bárbara, protectora ineludible de estas circunstancias. Desconectados del exterior, solamente quedaba la espera ante la evolución de la tormenta. Tras los momentos de máxima intensidad, llegaba el sosiego de la lluvia amansada que dejaba ese fresco acompañado con el aroma de la tierra mojada y ese olor frutal tan característico de la zona, anunciando el final de la hazaña triunfal entre el cielo y la tierra.

Era el momento de volver al ventanal, los charcos seguían chapoteando las últimas gotas para ir recogiéndose en el pequeño canal arrastrado por en medio de la calle y seguir su camino torrencial hasta la salida del pueblo. Y comenzaba el trasiego de los primeros valientes que salían a la recogida de los caracoles que se asomaban en bandada a los caminos ante la humedad gratificante de la tarde. Era todo un espectáculo ver los cubos llenos de esos caracolillos en los que los más rápidos, intentaban su huída sinuosa por los laterales, dejando un interesante momento para la chavalada que jugaba a despegarlos y regresarlos al resto del grupo cautivo. Debo reconocer que nunca me gustaron los caracoles. Posiblemente esas tardes tormentosas en las que posteriormente llegábamos a poner nombre a los intrépidos gasterópodos, anuló mi gusto culinario como en otras ocasiones.

Así llegaba el final de una tarde donde el alboroto sucumbía a la templanza del recogimiento hogareño donde reconocer que la naturaleza todavía mandaba en muchas de nuestras acciones y, como era de esperar, el triunfo lo tenía de su mano. Tras una breve reunión de la pandilla contando cada uno su propia experiencia, solamente nos quedaba despedirnos hasta el día siguiente. La prudencia maternal nos dejaba sin juegos nocturnos. En la calle hace mucho fresco y, posiblemente, vuelva a llover. Poco más se podía decir. Esta noche tocaba partida de parchís en casa.


miércoles, 28 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LA BALSA DEL PUEBLO


Entre todos mis recuerdos veraniegos se encuentra esa evolución silenciosa de cada uno de los lugares donde amasaba mi tiempo estival y que tras  el laborioso invierno nos recibía con las importantes novedades de cada año. En nuestro pueblo de veraneo se pasó en tan solo una productiva anualidad, de la balsa de agua cristalina y fría a una estupenda piscina municipal para la alegría y el disfrute de todos. Aquel primer año de inauguración fue todo un acontecimiento que compartir casi bajando del autobús a nuestra llegada. Con el compromiso de mi madre que allí iríamos a la primera oportunidad, el contento y bullicio de mi pandilla se tornó en nerviosismo para fijar día. Para nosotros era facilísimo, mañana mismo...Cuánta prisa llenaba nuestra infancia inquieta!!

Por supuesto que la primera mañana de las vacaciones fue nuestra cita ineludible para visitar, por primera vez, la inmensas piletas con su característica agua azulada y ese inconfundible olor a cloro que tanta seguridad daba a nuestras madres sobre la salubridad de aquel estanque artificial. Con los preparativos domésticos de mi madre,  bocadillo y agua imprescindibles para la intensa actividad que nos esperaba, comenzaban mis compromisos con toda una lista de cacharrería acuática para adornar las inagotables zambullidas que nos esperaban. Flotador, pelota hinchable, gafas de buceo, manguitos para las zonas más profundas....y la novedad del año, las pistolitas de agua. Un invento imprescidible en las novedades veraniegas. Además, contábamos con la aportación de una macro colchoneta, generosidad del padre de una de nuestras amigas tras dejarse media capacidad pulmonar para llenar toda esa extensión abultada que casi se convertiría en el islote de nuestros juegos. Recuerdo que, menos mal, para el segundo día contábamos con esos geniales fuelles para inflar, nuevamente y sin riesgo para la salud, esa colchoneta del demonio.

Las horas se hacían cortas en la piscina. Entradas y salidas continuas, ahogadillas que en algún momento terminaban en enfados, las paradas obligadas a la orden de mamá..... "sal ahora mismo del agua!! Estás tiritando de frío...tienes los labios ya morados, niña..." Quien pudiera regresar a esa limitación de energía de la mano de mamá, a ese aprendizaje sobre los equilibrios a tantos excesos que la propia vida te deja a un paso de tus propias decisiones.... 

Tras la parada incontestable para almorzar, también llegaba el corrillo para contarnos todo aquello que conformaba nuestra existencia veraniega. También servía para amigar las pequeñas diferencias en los excesos con la linfa acuática y jugar una partida a las cartas con aquellas entrañables barajas de dibujitos donde aparejar las familias del mundo. 

Tras preguntar por enésima vez si habían pasado las obligatorias dos horas para la digestión, llegaba el momento de volver al estado acuático con el que terminaríamos una jornada más y la retirada con paso mucho más tranquilo, tras agotar buena parte de la energía en un solo día. Qué contestos volvíamos a casa. Casi sin terminar, ya estábamos buscando la promesa de volver al día siguiente. Toda una necesidad de repetir cada uno de los segundos que sabían a dicha en la piel. Un requisito que nos parecía tan natural que cualquier negativa suponía esa lógica pregunta de cualquier niño: ¿ por qué nooo....?

Tras llegar a nuestras casas llegaba la despedida transitoria para rehacer nuestra apariencia con una buena ducha, cambiarse la ropa y darle una pausa a la tarde que ya tornaba en incipiente nocturnidad. Eso sí, el primero que estuviera listo era el encargado de ir llamando al resto. Todavía nos quedaba una larga y lozana noche de verano para seguir trasteando con la vida.

lunes, 26 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: NUESTRA GRAN VERBENA

 La creatividad estival se multiplica por el número de miembros de la pandilla. El que más y el que menos tiene una estupenda idea para ir hilando los días y las noches de verano para entretener el ímpetu de la chavalada que quitando las horas más calurosas del día, saben de zapatilla y visera para esprimir los momentos compartidos. A nuestra calle se le sumaba cualquiera, fuera de la edad equivalente o más pequeños, tanto daba.


Desde buscar tizas para dibujar un sambori, donde ir saltando a la pata coja esos inmensos cuadrados que ocupaban media calle, hasta organizar la macro fiesta infantil para nuestro disfrute. Todo un programa bien organizado con mercadillo y todo para recaudar fondos y adornar nuestra calle de la forma más variopinta. El pequeño zoco llevaba su tabajo extra. Desde pulseras de escubidús hasta collares hechos con esas preciosas estrellitas de pasta a las que encontramos un segundo uso tan decorativo. Cualquier manualidad era bienvenida para llenar nuestra mesita de agasajos a la venta. La organización también nos creaba tensiones, por supuesto. Era toda una responsabilidad para estas manos tan pequeñas y el primer contacto con el comercio responsable.  Qué geniales!! Siempre he pensado, posteriormente, que el éxito de ese mercadillo fue sostenido por el buen corazón de nuestras propias madres y familiares para continuar con el programa de acción comunitaria...Toda una metáfora de lo que es la vida. Desde el ímpetu emprendedor que siempre tiene su colchón en quienes nos protejen más allá de la infancia. Esas manos que parecen ausentes pero que ante cualquier peligro siguen esperando en silencio ante cualquier traspiés de los intentos personales que algunas veces salen bien pero, otras veces, se derrumban como los sueños nocturnos.

Terminada la actividad comercial, llegaba el momento de invertir para la gran fiesta de verano. Una lista extensa de refrescos y cualquier tipo de picoteo de esos que tanto nos gustaban a todos. Hay que reconocer que en aquellas tampoco había tanta variedad como ahora, un problema menos que nos ahorramos para la buena convivencia. También era el tiempo para conseguir varias mesas para montar el banquete donde compartir una cena con los mejores amigos del verano. Tampoco nos íbamos a olvidar de la decoración de la calle. Cuerdillas llenas de banderitas con dibujitos que llenarían de colores el bajo cielo de esas noches bulliciosas, midiendo bien la distancia entre las farolas y los bajos balcones de las casas más antiguas. En fin, si nosotros ya éramos alboroto cualquier día, en esta ocasión llevábamos a todos los habitantes de la calle en un sin vivir de actividad. Siempre fuimos muy respetuosos. Desde pedir permiso para atar nuestras guirnaldas en los barrotes de la señora Teresa hasta terminar el griterío en el momento que los mayores se retiraban a descansar. Buenos tiempos para respetar y, evidentemente, ser respetados.

La cena terminaba con nuestros juegos de siempre para finalizar sentados y compartir el cuento vital de cualquiera de nosotros. Nos sentíamos contentos. Un año más habíamos conseguido nuestro mayor hito estival. Un año más jugábamos a ser mayores y organizar nuestro propio guateque callejero a la vista de todo el mundo. Tras recoger toda nuestra encantadora cacharrería llegaba el momento de desear un buen descanso bien merecido. Además, como cada año, el día siguiente teníamos nuevamente cena compartida. Todavía nos sobraron muchas chucherías que terminar. En fin, como decía mi madre, cualquier excusa os sirve para seguir el jolgorio... Y, evidentemente, tenía toda la bendita razón. 

domingo, 25 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: ALMUERZOS EN EL REGACHO

 En los días que contábamos con mi padre, durante ese tiempo de veraneo en la serranía, el horario diario se alargaba con madrugones para aprovechar la jornada. Siempre he tenido un sentido extra con los movimientos en mi casa. Creo que era capaz de identificar los pasos de cada uno de los miembros de mi familia. Los de mi madre, siempre presurosos, como pequeñas mordidas a la senda para llegar antes. Los de mi padre, seguros en el ritmo como una brisa que con prontitud llegaba a tu lado. Mi hermano mayor, Javier, tenía el tintineo de mamá, siempre rápidos para salir. Y mi hermano Carlos, que ha tenido y tiene una cadencia característica, como un suspiro en cada andar. Al escuchar los primeros pasos de mi padre, siempre madrugador, mi adormilado pensamiento reparaba en el nuevo día para compartir desayuno y recibir la información ansiada de nuestro quehacer matinal. Mamá, como siempre, se encargaría de preparar una estupenda paella mientras papá me llevaría hasta las charcas del pueblo donde compartir quehaceres con la naturaleza. 

Enfundada en mi bañador y mi estupendo cubito rojo, comenzaba la expedición antes de que el intenso sol estival nos achicharrara para el regreso. Así comenzaba un entrañable periplo por los caminos rurales que tantas fragancias han dejado inpregnadas mis alianzas infantiles con los recuerdos. En nuestro recorrido nos encontrábamos con muchos labriegos que ya volvían de sus obligaciones agrícolas. Alegres saludos para reconfortar estos ir y venir en los que siempre había un ofrecimiento frutal. Desde las peritas de San Juan del vecino que ya venía con su preciosa burrita, hasta las pavías del señor que, sin saber su nombre, siempre nos lo encontrábamos justo a mitad de camino. La vida se tornaba extrechamente familiar por esa cercanía que solo se encuentra en los pueblos. Tras pasar, siempre con precaución, la gran balsa de regadío, llegábamos a la parte baja donde se encontraba uno de los canales más gandes donde fluía esa bendita agua fresca que como un gran circuito vital, refrescaba todas las huertas de la contornada. En una de sus orillas y bajo la sombra de unos pequeños chopos, iniciábamos nuestro descanso para disfrutar del pequeño almuerzo que había preparado mi padre. Antes, ya habíamos llenado la cantimplora del agua fresca del manantial. Todo un festín con el que acompañar las maravillosas charlas con papá. Era el momento de contarle mis cosillas de niña mientras él adornaba mis vivencias con sus recuerdos. Entre bocado y bocado también era el momento de escuchar a los pequeños gorriones que buscaban, ya a esas horas, la sombra fresca de los árboles y a la espera de algunas miguillas que quedarían en el sitio. Terminado el pequeño bocadillo llegaba el momento de saborear los maravillosos presentes frutales que completarían el almuerzo con un genial postre. Refrescadas las piezas en el regacho, papá sacaba su pequeña navaja y con esmero pelaba y partía las peritas y las pavías. En fin, todo un festín insuperable. Mientras mi padre se tumbaba a la fresca, era el momento de juguetear en la charca. Allí me encontraba con las ansiadas "cucharetas". Siempre me acordaré la primera vez que escuché ese término..."cucharetas". Resulta que como su forma indica, así se le llamaba a las crías de las ranas. Un montón de renacuajos que nadaban en el torrente cristalino de aquellas aguas. Y mi ilusión cada año era capturar un par de cucharetas en mi cubito para llevarlos a casa y cuidar su espectacular desarrollo. Me embelesaba ver el rápido crecimiento, observando como le iban creciendo sus patitas y perdiendo la cola que les ayudaba a ser tan rápidos en esta primera época vital. Con la captura de los nuevos miembros familiares llegaba el momento del regreso a casa. Un desandar que siempre se hacía más rápido porque empezaba a apretar el calor. Con su visera papá y mi sombrero bien ajustado, retomábamos el camino de vuelta. Desde el último tramo del camino ya veíamos a mamá en el ventanal. Era el momento de saludar...."Mira, ya nos ve mamá!!!"... Qué risas..."Seguro que tu madre ya está nerviosa para poner el arroz en marcha". Nuevamente, el aroma de la cocina de mamá era inconfundible a pesar de la distancia. Un nuevo festín nos esperaba en casa.

viernes, 23 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: ESPERANDO A PAPÁ

 

Los desplazamientos veraniegos requieren de esa capacidad de encontrar los detalles cotidianos que en otras situaciones no tendrían ni el fondo ni la forma para vivirlas. Pasar de la ciudad, abrumadora desde los primeros despertares del día, a la tranquilidad de ese rural que ahora reivindicamos tanto, es la mejor terapia para esta vida nuestra que tanto nos roba de esencias pero que se nos hace tan necesaria para sobrevivir. Mi padre, originario de una pequeña aldea gallega, supo de la marcha imprescindible de su humilde casa familiar para buscar mejores destinos y construir su propia vida acompañado de mi madre. A pesar de convertirse en un entusiasta urbanita, como diríamos ahora, siempre tuvo su mirada enganchada a sus propios recuerdos en su origen labriego, reparando el equilibrio de puntillas entre lo que le ofreció la vida en cada uno de sus pasos. En verdad, ninguna vida es fácil, a veces el milagro es saber entenderla y leer entre renglones los destinos que llevamos en nuestra propia mochila.

Nuestro primer periodo vacacional se dividía por obligaciones, mayores o menores, por parte de los miembros de mi familia. Por supuesto, debo admitir que en aquellas, mis obligaciones se basaban en pasármelo excelentemente bien. Bendita infancia, resuelta de tiempo y esperanzas. Cada lunes por la noches era el momento de esperar a mi padre que por descanso laboral, aprovechaba para escapar de la ciudad y respirar durante veinticuatro horas el mismo ritmo encalmado que propiciaba ese tiempo al lado de la montaña. 

Tras la cena veraniega entre hamacas y juegos en la calle, llegaba el momento de ir a esperar a papá hasta la plaza del pueblo donde terminaba el trayecto del autobús. Tras avisar a mis compañeros de juegos que en un ratito regresaba, dejaba mi prenda de compromiso hasta mi regreso. En la espera siempre aparecía el desandar de todo lo que tenía que contar a mi padre. ¡Cómo ha cambiado esta vida...! En mi tiempo infantil la telefonía se limitaba al doméstico y, en estos casos, las benditas cabinas públicas donde, tras haber consignado fecha y hora, hacías tu llamada bajo la atenta mirada a las moneditas que te quedaban de saldo. Debo reconocer que las posibilidades de comunicación actuales reafirman nuestro compromiso con la inmediatez aunque eso no siempre se corresponda con la calidad.

Tras varios minutos esperando con la mirada clavada en la entrada a la avenida por donde se verían los primeros fogonazos del autocar público, comenzaba a trastear con los pies nerviosos la llegada de papá. Siempre me encantó ver a mi padre llegar de cualquier sitio. Lo divisaba antes de que parara el autobús. Era la primera cabeza levantada que se distinguía entre el resto. Todo un aviso para asegurar que allí estaba. Y como no, con la mano amable saludando a quienes ya sabía que estaban a la espera. El radiante protocolo seguía con su hermosa sonrisa que sabía de cansancio pero siempre permanecía adornado con las aspiraciones de su propia vida. Así emprendíamos el regreso a esa bombonera hogareña que le daría un merecido respiro y a mí, las deseadas rutas por el monte bajo el cuidado de mi padrazo. 

Llegados a nuestra calle, sabía que aún tenía mi cita con los juegos entre amigos y advirtiendo que esta vez, mi madre se retiraría antes de la charla vecinal. También era el momento de ellos. De hacer balance de una semana separados para cuidar a su prole de acuerdo a sus necesidades. Así los recuerdo muchas noches, en esa quietud nocturna desde los quicios de las calles de verano. Subiendo la cuesta de la vida con el brazo de mi padre sobre los hombros de mi madre. La metáfora perfecta de quienes supieron jugar con los sueños de juventud y construir su propia vida, alejados de su esencial infancia para corretear una nueva juventud.

Finalmente llegaba el momento de recoger el cansancio diario para revolcar todo lo vivido en el descanso ineludible de la noche. Tras el aviso de mamá desde el ventanal de casa no quedaba otra que despedirse hasta mañana y descalzar el tiempo vivido  para volver a soñarlo hasta el amancer.

jueves, 22 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LAS MARGARITAS DE SALVADORA

 Las vacaciones de verano saben de los cambios de casa, del habitáculo cotidiano del ir y venir de los días. La mejor manera para desconectar un tiempo limitado que deshaga los nudos del invierno intenso para dejar fluir nuevas energías que lleguen hasta el alma. Una sensación que pocas veces somos conscientes pero que hace su trabajo para el sano equilibrio de vivir.


El cambiar de lugares y estancias forma parte de esa liturgia de movilidad que rezuma libertad y aprendizaje. Reconocer nuevos paisajes, escuchar otras voces y entender la amplitud de un mundo casi infinito al alcance de tu mano. Si eso lo añadimos a esos tiempos de niñez donde noy hay cansancios ni limitaciones para percibir y curiosear, tenemos la mejor combinación para ilustrar este morar entre la tierra y la mar que siempre nos acecha. 

Las mañanas en el pueblo de la serranía mostraban sus señuelos a los ojos entre la verborrea de los pajarillos y los destellos de esas primeras líneas de luz solares, para vincular el nuevo día a ese cielo azul que a modo de sombrero, acompañará cualquier acontecimiento vital. Así empezaba el día, con el tranquilo desayuno al costado del ventanal donde visualizar el tiempo estático y fluir en las miradas que siempre quedarán enganchadas a los recuerdos de las futuras canas.

Mientas tanto, mamá ya había salido a los recados diarios. La primera horneada de pan, bien calentito aún en el saquillo junto a la bolsa de la compra. Antes ya se sabía eso de lo malo del plástico y todos adevertíamos la necesidad de utilizar esa cestilla donde reunir los productos diario, pasando de tienda en tienda, con su saludo cotidiano con el tendero y el intercambio de información meteorológica o la última noticia del vecindario. 

Aquella mañana, mi madre venía contenta. Tras sus compras diaria y con su encuentro con las vecinas, una de ellas, Salvadora, le había ofrecido unas margaritas. Precisamente las flores preferidas de mamá. Un lujo para un día cualquiera. Aceptado el ofrecimiento, ya quedaron en comandita de madres que yo sería la encargada de bajar y traer a casa esas preciosas florecillas. Y allí fui yo, toda preparada con jarrón incluído para traer los bonitos pimpollos blancos para adornar la bombonera de aquel apartamento, tal como le gustaba decir a papá. Con la alegre brisa matutina que entraba por las ventanas ya medio abiertas, bajé con esa responsabilidad de quien tiene una importante misión matinal y con el cuidado de traer un presente que tan complacida dejaría a mamá. En aquellos tiempos como no eran necesarias las llaves, reclamar la atención del dueño de la casa era tan fácil como apartar las cortinas de canutillos y saludar. Y allí apareció Salvadora, con un plato repleto de...magdalenas!!! Recuerdo que lo primero que pensé fue qué hacer con el dichoso jarroncillo. Salvadora comenzó a reirse porque comprendió que no eramos sabedores del argot propio del pueblo. Allí se le llamaban margaritas al esponjoso dulce casero. 

Mi regreso a casa pasó de la decepción inicial al deseo de hincarle el diente a esas "margaritas" cuyo efluvio sabía más de estómago que de decoración placentera. Tras las risas compartidas con mi madre, hicimos nuestra inauguración del regalo sentadas ante el imperecedero ventanal. Sería la anecdota que contar al resto de familia que de tantas ellas, llenamos este caminar. En fin, el comienzo del día prometía. 

martes, 20 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: EL PRIMER CHAPUZÓN

 


Un verano no llega a tu vida hasta que no lo inauguras con el primer chapuzón en cualquier tipo de agua. Salada o dulce, refresca y le da la temperatura a nuestro ser físico para detener esa batalla permanente con las cifras del termómetro. Y un chapuzón que se precie necesita de todo un argumentario inicial para que llegue a buen puerto. Mis veranos siempre han tenido una estupenda variedad de inmersiones a lo largo de esos lugares vitales que me han acompañado para crecer y vivir en este caminar que, a pesar de tropiezos y carreras, ha mantenido ese constante paso para lo bueno o lo malo. Tanto dará al final, porque todo seguirá siendo parte de mis recuerdos.

Como decía, cualquier zambullida al estado líquido requería de sus preparativos sociales. Terminar el cole y enfundarse en unas chanclas para acudir al primer día de playa era incuestionable. Y digo el primer día de playa porque allí empezaba el devenir familiar. Penúltima cita para un tiempo de verano que sabía de planes diversos donde mis hermanos, con una década mayores que yo,  iniciaban su trotar a sus quehaceres estivales y sus compromisos con la juventud, dejando cada año, un eslabón más de distancia con la adolescencia y sumando caminos de libertad personal a sus vidas. Con qué naturalidad viví siempre ese desprenderse del núcleo familiar. Reconozco que para ello tuve la suerte de contar con unos excelentes vigilantes de sus hijos, a pesar del silencio ante las decisiones de sus vástagos. 

La diferencia de edad con mis hermanos ha supuesto vivencias desconectadas de varias generaciones. Una situación que adolecía de muchas vivencias comunes pero que convirtió a nuestra pequeña familia como el lugar donde armonizar los éxitos y los fracasos de lo que empezábamos a ser. Para mí, significaba tener abierta la ventana a todo lo que quedaba por llegar y para mis hermanos encarnaba rememorar sus andanzas infantiles a pesar del ineludible paso del tiempo. Y lo más importante, en el lugar intermedio se encontraban ellos, papá y mamá, con su incombustible sonrisa para reunir, sumar y añadir todo lo que hacía parar, por un día, el reloj del tiempo.

Las jornadas playeras fueron siempre un clásico muy casero. Bajo la organización de mi madre,  los detalles secundarios de bocadillos, bañadores, toallas y demás utensilios imprescindibles para la jornada, ya se encontraban en formación a primeras horas de la mañana. Emocionante momento, cuando el aroma a tortilla de patatas recién hecha era el mejor despertador para levantarse de la cama y saber que los preparativos estaban en marcha. Llegado el fin de los trámites previos, y enfundados en el bañador para no perder el tiempo en la playa, subíamos al bus que nos llevaría hasta la orilla de la ciudad donde estrenar un verano más.  

Como siempre, el Mediterráneo nunca defraudaba. Desde el momento que llegábamos a destino, la brisa del hermoso litoral te daba la bienvenida con su sabor a salitre y su velo de frescura. La mejor incitación para correr hasta la orilla y dejar que los pies saludaran a las ondulaciones remansadas de esa mar que tanto espera en la playa. Menos mal que, como siempre, ahí estaba la palabra de mamá para seguir ordenando el protocolo y tras dejar el chiringuito preparado, partir al encuentro con una jornada de chapuzón en chapuzón y el silbido vigilante de papá  para no encaminar los pasos hacia los piélagos de agua más profundos. 

Era siempre un encuentro idílico con el presente. Allí en medio del suave oleaje para mecerte entre fantasías por soñar o llevarse en cada golpe de resaca, cualquier preocupación que advirtiera de ingratos pasados o inciertos futuros. Allí solo reclamabas el mimo de la mar donde abrazar ese aroma de sal con sus lazos de algas para bordar risas de tiempo y negociarlas con la mañana. Entre zambullidas quedaban las palabras para rimarlas con el tiempo  aunque fuera solamente ese día, aunque fuera para creerte que los días nunca pasan.





lunes, 19 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: A LA FRESCA



 Los veranos se hacen incansables buscando ese fresco que recorra cada uno de los puntos cardinales del cuerpo. Ese calor que consume la energía y que apisotona las ganas de salir de la cercanía de aquellos ventiladores de casa, que con su quejido circular amansaba ese caudal de sudor y del que tanto me avisaba mi madre. No estés tan cerca del ventilador que eso te va a resfriar...!!! Recuerdo que cuando podíamos, nos escapábamos hasta un precioso pueblo de interior, con la serranía en el horizonte y con sus noches secas que tanto nos alejaba de la tropical noche mediteránea. Todo un alivio para estirar los días de verano y reencontrar a los amigos que veías solamente en el festín canicular. 
Siempre llegábamos por la tarde, en el autobús de línea regular. Despedir la ciudad desde esas ventanillas rectangulares que siempre tenían algún enganche para que no se pudieran abrir del todo...qué pesadez!! Pero para paliar aquella circunstancia siempre estaba el abanico de mamá y su potente brazo para solventar las limitaciones de esa falta de lo que ahora vamos sobrados: el aire acondicionado. En aquellas ni estaba ni se le esperaba. Tras los sesenta minutos de viaje con las paradas intermitentes por cada uno de los pueblos de la comarca, llegabas a tu destino con el atardecer, todavía en llamas, pero con esa brisa que te recibía entre las calles que te llevaban hasta tu hogar. Mis veranos siempre has estado repletos de viajes, de maletas y bolsas donde esconder cada uno de los sueños que sabían de aventuras y encuentros especiales y que dejaban jugar con el destino de una vida por vivir.
La expedición familiar llegaba a su final cuando llegábamos justo a la entrada de nuestra calle. Allí estaba el buen vecindario sentado ya en sus hamacas veraniegas haciendo tiempo a la cena que en esas fechas ya era mejor compartirla en la costanilla para seguir a la fresca. A la fresca, toda una expresión que solamente el decirla, parecía que ya renovaba el ambiente. Y con los primeros saludos, empezaba la libertad que siempre te da un pueblo. No hacía falta ni subir a casa. Mi entrañable madre ya se preocupaba de reordenar el hogar, hacer la cena, avisarte para que vinieras por el bocadillo, bajarte la hamaca...  para que continuara con mi charla vocinglera con mi pequeña pandilla. 
Y un año más tocaba contar entre nosotros, cada uno de nuestros hitos personales porque un año da para mucho. Tras el paso rápido de los resultados educativos - a estas alturas ya poco importaban, hubieran sido mejores o peores- venía lo interesante. Un futurible de cosas por hacer. Un nuevo camino para subir a nuestra montaña, el próximo domingo hasta el pantano, la incorporación de unos nuevos vecinos y, lo más cercano. Mañana toca inaugurar la piscina del pueblo...Uff...cuántas cosas que compaginar.
Así llegaba el final de un estupendo día. Eso sí, tras varios avisos y sus correspondientes solicitudes de ese poquito más a la infatigable madre que siempre sucumbía a los preciados deseos. Eran los días más largos, regalados de los encuentros que saben a tiempo para dormir, finalmente, a la buena fresca de una hermosa infancia. Quedaba la noche para cerrar, por fin, los nerviosos ojillos y dejar que la brisa nocturna entrara por la persiana de madera,que con un silbido, te cantaba una nana para acunar el despertar de otro día.


sábado, 17 de julio de 2021

CELOS ENCADENADOS

                                                                                                          


 Acaricio con la mirada

las pisadas descalzas

que invitan a revolver

el tiempo que atrasa.


Respiro el salitre amargo

que rezuma en tus manos

con la orilla de tu escote

en el monte de tus labios.


Recuento las esquinas

repletas de sombras y ecplises

que trastean el sendero estrecho

apretando el sutil rastro.


Procuro estirar mis sueños

para retenerte a mi lado,

con envidia de tus musas

con mis celos encadenados.


viernes, 16 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LAS ESCALERAS



 Mis veranos siempre se desplazaban entre subidas y bajadas por las escaleras de la casa de mis abuelos. Apretados escalones de granito, cincelados por eternas pisadas de quienes estuvieron y ya no están, dejando el soporte para seguir elevando recuerdos y bajar a la realidad de cualquier día.

Era el lugar indicado, desde el que se escuchaba la llamada de mamá para comer o donde recibir al abuelo tras repartir el correo diario. Era el asiento perfecto para las confidencias nocturnas con mis primos y atrapar cada una de las hazañas de la jornada, hilvanadas de caminos de monte o chapuzones en la presa del río, la única cita efectiva para refrescar los día calurosos que tanto agotaban.

Era el sitio para recrear las visitas de quienes regresaban a casa y ponerse al tanto de cualquier novedad de  quienes acompañaban esta vida en la aldea. Toda una gacetilla verpertina para saber como evolucionaba quien estaba enfermo hasta las nuevas incorporaciones a estos veranos de emigración y alegrar las calles de cualquier rincón de nuestra querida aldea.

A pesar de tantas ausencias tras el paso del reloj vital, las escaleras siguen allí, resguardando el ritmo de quienes nos precedieron. Ahora juego a recordar todo lo necesario de cada escalón. Pasando el dedo sobre cada una de las grietas pétreas, acicalando las arrugas que visibilizan este permanecer eterno de aquellos días que acortan tanto el transcurrir de las vidas. 

Ellas siguen allí para reforzar el tránsito y la prisa, mientras dejo el minuto de mi silencio sentado en los sueños de cualquier de verano que siempre regresan para esquivar el paso de otra ocasión que terminará acariciando la piel de mi espalda.

jueves, 15 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: OTRO AMANECER

 


Me gustan los amaneceres del verano que arañan intrépidos, la oscuridad nocturna para retomar el mirar con los luceros, ganando la batalla de nuevos días eternos. Triunfa la partida con la vida en la calle, entre prisas de horarios limitados pero acunando ese observar tranquilo de quien aprieta los detalles de los colores que nos acompañan. 

Recuerdo esa luz de verano tan cercana a las primeras horas del amanecer. Es la misma sensación. A mi padre dejando el aroma de lavanda antes de desayunar para regresar a su trabajo diario. A mi madre recorriendo el pasillo con la taza de café, mientras desde mi cama anhelaba los pimeros presagios sedientos de aventuras estivales, con largura de tiempo e intenso de calma. Un hermoso existir que rodeaba esa ilusión de los días cercanos de vacaciones, sedientos de reencuentros con la familia, esa cita que ronronea el corazón durante todo el año y que, por fin, llegaba a su destino. 

Me gustan los amaneceres de todos los veranos. Un triunfo rotundo a demasiadas oscuridades partidas del invierno que apartan las miradas torcidas, con entrecortados resuellos de miedo. Nada puede acaparar mis temores mientras sigo buscando el olor a lavanda, mientras comparto el café recién hecho. Una cálida parada para escuchar el silbido de los recuerdos.

miércoles, 14 de julio de 2021

PRÓXIMA ESTACIÓN

 


Fue justo en ese instante perecedero, entre el primer sueño del día con la mirada aún entrecerrada de ese dormir de la madrugada. Fue justo en ese espacio donde el fulgor de mis recuerdos buscó el aroma de mi infancia. Fue justo en ese lugar donde resoplaron las imágenes de aquel tiempo atesorado con la piel sedosa de existencias para resbalar con esperanza hacia la lama de mis entrañas. 

Todo un vaivén de emociones que aprietan, una vez más, la garganta repleta de lágrimas por perder el paso del tiempo y la necesidad de esparcir la existencia que siempre gana. Servirá, una vez más, para sentir en lo hondo del estómago que aprende a digerir las piedras que estorban y las flores que incendian los fotomontajes del camino que galopan sin permiso ni paradas. 

Fue justo en ese lugar, de tanto tránsito diario, donde dejé la emoción del reencuentro, con la quimera de tenerte a mi lado. Fue justo en ese segundo donde el reloj instaló el destiempo para eternizar tu presencia hasta la próxima parada.