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domingo, 25 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: ALMUERZOS EN EL REGACHO

 En los días que contábamos con mi padre, durante ese tiempo de veraneo en la serranía, el horario diario se alargaba con madrugones para aprovechar la jornada. Siempre he tenido un sentido extra con los movimientos en mi casa. Creo que era capaz de identificar los pasos de cada uno de los miembros de mi familia. Los de mi madre, siempre presurosos, como pequeñas mordidas a la senda para llegar antes. Los de mi padre, seguros en el ritmo como una brisa que con prontitud llegaba a tu lado. Mi hermano mayor, Javier, tenía el tintineo de mamá, siempre rápidos para salir. Y mi hermano Carlos, que ha tenido y tiene una cadencia característica, como un suspiro en cada andar. Al escuchar los primeros pasos de mi padre, siempre madrugador, mi adormilado pensamiento reparaba en el nuevo día para compartir desayuno y recibir la información ansiada de nuestro quehacer matinal. Mamá, como siempre, se encargaría de preparar una estupenda paella mientras papá me llevaría hasta las charcas del pueblo donde compartir quehaceres con la naturaleza. 

Enfundada en mi bañador y mi estupendo cubito rojo, comenzaba la expedición antes de que el intenso sol estival nos achicharrara para el regreso. Así comenzaba un entrañable periplo por los caminos rurales que tantas fragancias han dejado inpregnadas mis alianzas infantiles con los recuerdos. En nuestro recorrido nos encontrábamos con muchos labriegos que ya volvían de sus obligaciones agrícolas. Alegres saludos para reconfortar estos ir y venir en los que siempre había un ofrecimiento frutal. Desde las peritas de San Juan del vecino que ya venía con su preciosa burrita, hasta las pavías del señor que, sin saber su nombre, siempre nos lo encontrábamos justo a mitad de camino. La vida se tornaba extrechamente familiar por esa cercanía que solo se encuentra en los pueblos. Tras pasar, siempre con precaución, la gran balsa de regadío, llegábamos a la parte baja donde se encontraba uno de los canales más gandes donde fluía esa bendita agua fresca que como un gran circuito vital, refrescaba todas las huertas de la contornada. En una de sus orillas y bajo la sombra de unos pequeños chopos, iniciábamos nuestro descanso para disfrutar del pequeño almuerzo que había preparado mi padre. Antes, ya habíamos llenado la cantimplora del agua fresca del manantial. Todo un festín con el que acompañar las maravillosas charlas con papá. Era el momento de contarle mis cosillas de niña mientras él adornaba mis vivencias con sus recuerdos. Entre bocado y bocado también era el momento de escuchar a los pequeños gorriones que buscaban, ya a esas horas, la sombra fresca de los árboles y a la espera de algunas miguillas que quedarían en el sitio. Terminado el pequeño bocadillo llegaba el momento de saborear los maravillosos presentes frutales que completarían el almuerzo con un genial postre. Refrescadas las piezas en el regacho, papá sacaba su pequeña navaja y con esmero pelaba y partía las peritas y las pavías. En fin, todo un festín insuperable. Mientras mi padre se tumbaba a la fresca, era el momento de juguetear en la charca. Allí me encontraba con las ansiadas "cucharetas". Siempre me acordaré la primera vez que escuché ese término..."cucharetas". Resulta que como su forma indica, así se le llamaba a las crías de las ranas. Un montón de renacuajos que nadaban en el torrente cristalino de aquellas aguas. Y mi ilusión cada año era capturar un par de cucharetas en mi cubito para llevarlos a casa y cuidar su espectacular desarrollo. Me embelesaba ver el rápido crecimiento, observando como le iban creciendo sus patitas y perdiendo la cola que les ayudaba a ser tan rápidos en esta primera época vital. Con la captura de los nuevos miembros familiares llegaba el momento del regreso a casa. Un desandar que siempre se hacía más rápido porque empezaba a apretar el calor. Con su visera papá y mi sombrero bien ajustado, retomábamos el camino de vuelta. Desde el último tramo del camino ya veíamos a mamá en el ventanal. Era el momento de saludar...."Mira, ya nos ve mamá!!!"... Qué risas..."Seguro que tu madre ya está nerviosa para poner el arroz en marcha". Nuevamente, el aroma de la cocina de mamá era inconfundible a pesar de la distancia. Un nuevo festín nos esperaba en casa.

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