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lunes, 19 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: A LA FRESCA



 Los veranos se hacen incansables buscando ese fresco que recorra cada uno de los puntos cardinales del cuerpo. Ese calor que consume la energía y que apisotona las ganas de salir de la cercanía de aquellos ventiladores de casa, que con su quejido circular amansaba ese caudal de sudor y del que tanto me avisaba mi madre. No estés tan cerca del ventilador que eso te va a resfriar...!!! Recuerdo que cuando podíamos, nos escapábamos hasta un precioso pueblo de interior, con la serranía en el horizonte y con sus noches secas que tanto nos alejaba de la tropical noche mediteránea. Todo un alivio para estirar los días de verano y reencontrar a los amigos que veías solamente en el festín canicular. 
Siempre llegábamos por la tarde, en el autobús de línea regular. Despedir la ciudad desde esas ventanillas rectangulares que siempre tenían algún enganche para que no se pudieran abrir del todo...qué pesadez!! Pero para paliar aquella circunstancia siempre estaba el abanico de mamá y su potente brazo para solventar las limitaciones de esa falta de lo que ahora vamos sobrados: el aire acondicionado. En aquellas ni estaba ni se le esperaba. Tras los sesenta minutos de viaje con las paradas intermitentes por cada uno de los pueblos de la comarca, llegabas a tu destino con el atardecer, todavía en llamas, pero con esa brisa que te recibía entre las calles que te llevaban hasta tu hogar. Mis veranos siempre has estado repletos de viajes, de maletas y bolsas donde esconder cada uno de los sueños que sabían de aventuras y encuentros especiales y que dejaban jugar con el destino de una vida por vivir.
La expedición familiar llegaba a su final cuando llegábamos justo a la entrada de nuestra calle. Allí estaba el buen vecindario sentado ya en sus hamacas veraniegas haciendo tiempo a la cena que en esas fechas ya era mejor compartirla en la costanilla para seguir a la fresca. A la fresca, toda una expresión que solamente el decirla, parecía que ya renovaba el ambiente. Y con los primeros saludos, empezaba la libertad que siempre te da un pueblo. No hacía falta ni subir a casa. Mi entrañable madre ya se preocupaba de reordenar el hogar, hacer la cena, avisarte para que vinieras por el bocadillo, bajarte la hamaca...  para que continuara con mi charla vocinglera con mi pequeña pandilla. 
Y un año más tocaba contar entre nosotros, cada uno de nuestros hitos personales porque un año da para mucho. Tras el paso rápido de los resultados educativos - a estas alturas ya poco importaban, hubieran sido mejores o peores- venía lo interesante. Un futurible de cosas por hacer. Un nuevo camino para subir a nuestra montaña, el próximo domingo hasta el pantano, la incorporación de unos nuevos vecinos y, lo más cercano. Mañana toca inaugurar la piscina del pueblo...Uff...cuántas cosas que compaginar.
Así llegaba el final de un estupendo día. Eso sí, tras varios avisos y sus correspondientes solicitudes de ese poquito más a la infatigable madre que siempre sucumbía a los preciados deseos. Eran los días más largos, regalados de los encuentros que saben a tiempo para dormir, finalmente, a la buena fresca de una hermosa infancia. Quedaba la noche para cerrar, por fin, los nerviosos ojillos y dejar que la brisa nocturna entrara por la persiana de madera,que con un silbido, te cantaba una nana para acunar el despertar de otro día.


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