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lunes, 26 de julio de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: NUESTRA GRAN VERBENA

 La creatividad estival se multiplica por el número de miembros de la pandilla. El que más y el que menos tiene una estupenda idea para ir hilando los días y las noches de verano para entretener el ímpetu de la chavalada que quitando las horas más calurosas del día, saben de zapatilla y visera para esprimir los momentos compartidos. A nuestra calle se le sumaba cualquiera, fuera de la edad equivalente o más pequeños, tanto daba.


Desde buscar tizas para dibujar un sambori, donde ir saltando a la pata coja esos inmensos cuadrados que ocupaban media calle, hasta organizar la macro fiesta infantil para nuestro disfrute. Todo un programa bien organizado con mercadillo y todo para recaudar fondos y adornar nuestra calle de la forma más variopinta. El pequeño zoco llevaba su tabajo extra. Desde pulseras de escubidús hasta collares hechos con esas preciosas estrellitas de pasta a las que encontramos un segundo uso tan decorativo. Cualquier manualidad era bienvenida para llenar nuestra mesita de agasajos a la venta. La organización también nos creaba tensiones, por supuesto. Era toda una responsabilidad para estas manos tan pequeñas y el primer contacto con el comercio responsable.  Qué geniales!! Siempre he pensado, posteriormente, que el éxito de ese mercadillo fue sostenido por el buen corazón de nuestras propias madres y familiares para continuar con el programa de acción comunitaria...Toda una metáfora de lo que es la vida. Desde el ímpetu emprendedor que siempre tiene su colchón en quienes nos protejen más allá de la infancia. Esas manos que parecen ausentes pero que ante cualquier peligro siguen esperando en silencio ante cualquier traspiés de los intentos personales que algunas veces salen bien pero, otras veces, se derrumban como los sueños nocturnos.

Terminada la actividad comercial, llegaba el momento de invertir para la gran fiesta de verano. Una lista extensa de refrescos y cualquier tipo de picoteo de esos que tanto nos gustaban a todos. Hay que reconocer que en aquellas tampoco había tanta variedad como ahora, un problema menos que nos ahorramos para la buena convivencia. También era el tiempo para conseguir varias mesas para montar el banquete donde compartir una cena con los mejores amigos del verano. Tampoco nos íbamos a olvidar de la decoración de la calle. Cuerdillas llenas de banderitas con dibujitos que llenarían de colores el bajo cielo de esas noches bulliciosas, midiendo bien la distancia entre las farolas y los bajos balcones de las casas más antiguas. En fin, si nosotros ya éramos alboroto cualquier día, en esta ocasión llevábamos a todos los habitantes de la calle en un sin vivir de actividad. Siempre fuimos muy respetuosos. Desde pedir permiso para atar nuestras guirnaldas en los barrotes de la señora Teresa hasta terminar el griterío en el momento que los mayores se retiraban a descansar. Buenos tiempos para respetar y, evidentemente, ser respetados.

La cena terminaba con nuestros juegos de siempre para finalizar sentados y compartir el cuento vital de cualquiera de nosotros. Nos sentíamos contentos. Un año más habíamos conseguido nuestro mayor hito estival. Un año más jugábamos a ser mayores y organizar nuestro propio guateque callejero a la vista de todo el mundo. Tras recoger toda nuestra encantadora cacharrería llegaba el momento de desear un buen descanso bien merecido. Además, como cada año, el día siguiente teníamos nuevamente cena compartida. Todavía nos sobraron muchas chucherías que terminar. En fin, como decía mi madre, cualquier excusa os sirve para seguir el jolgorio... Y, evidentemente, tenía toda la bendita razón. 

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