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miércoles, 18 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LOS CUIDADOS DE MAMÁ

 

Superado el diagnóstico médico, llegaba el tiempo de recuperación para retomar mis aventuras por Medeiros. La primera mañana sin fiebre era el momento oportuno de insistir que ya me encontraba estupendamente y por tanto, mis deseos de volver a salir de casa. “Hasta dentro de un par de días, nada de nada”. Sentencia firme de mamá a la primera de cambio. Era cuestión de tener paciencia y con la ayuda de mi padre, poder acortar ese largo confinamiento que tenía en mente mi madre.

Los cuidados de mamá eran exquisitos. Sentía sus pasos hasta la habitación en varias ocasiones para controlar la fiebre. Volvía a reordenar las sábanas de la cama. El vasito de agua en la mesilla con aquella especie de mini servilleta con su puntilla de ganchillo tan típica para esos menesteres...Unos cuidados que aunque parecían olvidados en el tiempo, han regresado con el paso de los años cuando he sido yo la que tenía que cuidar a mi prole. Un letanía etérea lleno de la suavidad necesaria por la pronta recuperación. Tampoco faltaba la bandeja con las comidas que tenía que ir haciendo bajo la insistencia de terminar todo, condición imprescindible para demostrar la pronta recuperación.

Tampoco faltaban los remedios de mi padre con esos jarabes naturales de miel con limón que aliviaría los dolores de garganta. O su truco de disolver la aspirina con un poquito de agua y azúcar para evitar el gusto poco agradable de la pastilla. En fin, toda una serie de medidas con las que se aparcaba el hacer cotidiano de la casa. Aquel día tocaba la última inyección programada por el médico, así que mi desdicha con ellas llegaba a su fin. Lo bueno de una aldea como Medeiros es que entre sus vecinos siempre había manitas para todo, incluído quien sabía poner inyectables para no depender de un sanitario que tuviera que subir, en aquellos tiempos, hasta la montaña. Y a mi me tocó el señor José, el Pichón para tan ingrata medida médica. Ya me lo avisó de mi padre, “ya verás que bien las pone, ni te vas a enterar”. A mitad de mañana llegaba nuestro particular practicante. Creo que con mi cara de agobio, el señor José ya sabía de mi mala relación con las agujas, así que sin darme oportunidad de muchos comentarios, me empezaba a hablar de lo que estaba haciendo en su huerta, si sabía como se llamaban esas florecillas que habían salido por el camino, que si tenía a toda su familia al completo en casa pero que ahora ya empezaban los días de despedidas….En fin, que sin darme cuenta, el pinchazo se había quedado en medio de algún chiste y la inyección ya estaba puesta. Todo un experto.

Ya quedaba menos para desquitarme de esos días de recuperación. Las tardes siempre contaban con la visita de mis amigos y la compañía constante de mis primos que permanecían conmigo hasta casi la hora de cenar. Sentados en la terraza podíamos escuchar el sonido de la orquesta que comenzaba a tocar en el vecino pueblo de Flariz. Hasta allí irían todos andando para pasar las primeras horas del baile. Eran nuestras primeras salidas del pueblo que por su cercanía nos permitían en aquellos tiempos. Pero este año tendría que conformarme con escuchar los ecos de los pasodobles que ya se oían desde Medeiros. Recuerdo que estas primeras andanzas por las fiestas de los pueblos vecinos y ya en los años de juventud, formaban parte de nuestros inicios en los periplos veraniegos completando un amplio circuito festivo desde las celebraciones de las aldeas más pequeñas hasta acudir a las fiestas en el valle con sus fuegos artificiales. Pero todo aquello formaría parte de otras etapas que en aquellas todavía quedaban alejadas de un presente que nos parecía suficiente para vivir con intensidad nuestros veranos.

Aquella noche ya pude cenar con todos en la mesa. Una prueba más para mi madre de que la vida y mi salud volvían a la normalidad. Tenía aliados para conseguir mi objetivo. Mi abuelo, quitándole importancia a los días en cama. Mi abuela reforzando que mi aspecto ya era inmejorable. Y el guiño de papá proponiéndole a mi madre que mañana nos íbamos los dos a dar un paseo. La sonrisilla de mi madre para finalizar su típico “ya veremos”, era la prueba definitiva para saber que, una vez más, todo seguiría bien. Mañana retomaría mis correteos por Medeiros!!

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