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domingo, 8 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: LAS LLEGADAS DE MADRUGADA

 

Justo cuando la madrugada empezaba a encarar el nuevo día, comenzaba el intenso ajetreo en el vagón de nuestro tren. Era el momento también en el que mi inquieto padre comenzaba a descolgar los bolsos y maletas. Las señales visuales acertaban con la deseada llegada a Ourense. Última parada para enfilar, por fin, hasta la aldea que nos esperaba un verano más. Con la intensa suavidad con la que el tren paraba en la estación, comenzaba la salida de los viajeros. Un estupendo tumulto donde lo importante era contar que cada uno tuviera sus pertenencias para poder dejar escapar el ferrocarril que nos había traído a nuestro destino. Con las luces todavía encendidas en aquella estación presidida por un sol que tanto me sorprendió desde que tengo memoria, llegaba la bienvenida de parte de la familia que vivía en la ciudad de las Burgas. Los tíos de mi madre y sus dos hijos serían los primeros en saber que la familia de Valencia ya estaba allí. 

Para llegar a Medeiros quedaba todavía un pequeño trayecto en autobús hacia media tarde. Llegar a la casa de la familia de mi madre era iniciar las vacaciones con el aroma de café recién hecho y las primeras conversaciones en ese gallego íntimamente ligado a los lazos genéticos de la familia de mis padres. Siempre me llamó la atención esa duplicidad para expresarse en gallego. Tan arraigado en lo más genuino de mis padres que después se alejaba como los kilómetros de vuelta a nuestra casa. 

Teníamos por delante una mañana ourensana donde coincidir con los hijos de los primos de mi madre. Un buen recorrido entre las edades más cercanas a mi segundo hermano Carlos, otros más cercanos a mi edad y los más pequeños. Mientras mis padres conversaban con los mayores, por mi parte quedaba a expensas de la estupenda chavalada que haría más llevadero ese tiempo pretérito para llegar a Medeiros. En aquella ocasión hubo importantes novedades ya que habían decidido también pasar un tiempo en la aldea. De esta forma, los tío de Ourense servirían de unión con sus nietos para experimentar el milagro de los veranos en la aldea de nuestra familia. Una estupenda noticia que sirvió para adelantarles lo bien que lo pasarían y que siempre querrían volver.

También era el momento de dar una vuelta por el barrio del Puente, donde vivían. Llegar a la plaza donde podías encontrar esas pequeñas tiendas con todo tipo de especialidades, en unos puestos de madera que me recordaban a los que había en Valencia, y empezar a experimentar aquello de que Ourense era la ciudad gallega donde el calor se vive con mayor intensidad. Había que comer pronto ya que a las 4 de la tarde teníamos que subirnos al último transporte que nos llevaría hasta Medeiros. Mientras mi madre ayudaba a la querida tía Serafina en preparar la comida, mi padre nos acompañaba a esas vueltas por las calles ourensanas junto al tío Manolo, hermano de mi abuelo, para comentar las novedades de este último año. Ourense sabía de la vida familiar. Mi madre siempre recordaba el año que estuvo allí. Su primera salida de la aldea y la primera separación de su casa. Era una oportunidad de aprender a coser y bordar. Y allí estuvo. Pero el alejamiento de su casa pudo con su buen hacer en la costura, y con la sabiduría aprendida regresó en ese mismo año a Medeiros. Para mi padre, Ourense era la ciudad en la que, tras regresar de aquella maldita guerra civil, encontró el destino que le llevaría a la emigración para iniciar una nueva vida con mi madre. Para mi, era la ciudad donde poder observar el macizo montañoso que ocultaba, entre la niebla del Miño, la casa de mis abuelos. Pronto estaría allí.

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