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domingo, 15 de agosto de 2021

MICRORRELATOS PARA EL VERANO: TIEMPO DE VERBENAS

 

Cualquiera de las fiestas mayores que celebrábamos todos los vecinos de nuestra querida aldea, tenían su componente exclusivo de baile y diversión. Mis tiempos de niñez sirvieron de aprendizaje sobre las estimadas orquestas que pasaban a ser eje principal de aquellas tardes de celebraciones populares. Las comidas, que siempre terminaban más tarde de lo habitual, servían de antesala para aquellas tardes y anocheceres de hiperactividad entre pasodobles y muñeiras.

Por su parte, papá tenía su compromiso ineludible con la partida de cartas en el bar con sus amigos, que servía para amenizar las conversaciones de aquel tiempo tan esperado por compartir. Recuerdo cómo muchas veces podía verlo sentado en la mesa del bar de Gandulo, bien concentrado en la partida entre dos parejas cantando las cuarenta en bastos… Era la actividad más llevadera para aquellas sobremesas y espantar el calor intenso de esas primeras horas de la tarde antes de dirigirse a los quehaceres del monte que no sabía de vacaciones.

Todos los miembros de nuestro clan generacional teníamos un tiempo de descanso para después reunirnos una hora antes de que empezara la música en el Souto. Un tiempo para acicalarse, para adornar las decenas y decenas de piezas musicales que comprometerían varias horas antes de la cena, que de forma excepcional sería más tarde que cualquier otro día. Mientras, mamá seguía con la tertulia en la calle, con familia y amigos del barrio que compartían conversaciones sentados a la sombra entre costuras y pequeños remiendos, aprovechando el tiempo siempre limitado en las casas de cualquier pueblo. Mi madre siempre tenía algún proyecto en mente. Que si unas cortinillas para la ventanita de la cocina, que si un remate de puntilla para el cajón del mueble de los abuelos… Y todo ello bien pensado desde mucho antes de llegar a Medeiros, siendo siempre parte del equipaje que traía desde Valencia.

Por mi parte, y tras trastear esas horas entre alguna lectura de las que siempre se añadían a mi repertorio de verano y disfrutar de las primeras sombras que regresaban a la terraza de casa, comenzaba los quehaceres propios para arreglarse para esa tarde de fiesta.

Con el paso de los años todo aquel protocolo iría creciendo de acuerdo a la edad que cada uno iba alcanzando. Llegar a la adolescencia supondría un mayor deseo de gustar para llegar a la juventud con la alegría de compartir el jolgorio propio y sanador de la diversión como primer objetivo.

La infancia que ya estábamos cumpliendo todos, nos dejaba los primeros avances de una libertad que solo podíamos vivirla en nuestra aldea, que casi se convertía en un lugar donde se extendía la vigilancia de tantos familiares que siempre sabían de ti. Así que tras la última revisión de mamá sobre mi vestimenta y algún que otro retoque en el pelo, comenzaba mi aventura festiva en busca de mis primos para pasar una estupenda tarde. Llegar hasta la casa de mi tía Mercedes era el primer parón para reencontrarnos con todos. Y casi en medio de las conversaciones nerviosas por empezar a vivir lo que teníamos por delante, escuchábamos el primer aviso en forma de chupinazo que anunciaba que la orquesta empezaría con sus primeros acordes. Ahí comenzaba el bullicio… “Venga, que ya va a empezar...”. Como una banda de jovencitos bien perfumados nos dirigíamos hasta el lugar donde se concentrarían mayores y pequeños para pasar esas horas festivas que tanto deseábamos todos los años. El lugar era entrañable. Con sus escaleras para subir a ese salón de baile improvisado que como buen “terreiro” albergaría los miles de pasos de baile que pieza a pieza se iban sumando a la fiesta. Era una buena ocasión para danzar cualquier tipo de canción. El primer pase de la orquesta siempre dedicado a los más mayores para el disfrute de sus gustos más cercanos a su época, para ir evolucionando con otros ritmos más modernos mientras se acariciaba ya el anochecer. Todo un aprendizaje de estilos y pasos que quedarían para siempre en nuestra sabiduría personal y que tantas veces fuimos repitiendo año tras año. La pequeña pérgola del fondo servía para iluminar el escaso escenario donde los músicos repartían su saber hacer, con aquellos bafles que en alguna ocasión hacían saltar la luz del pueblo al no aguantar tanto despilfarro de potencia. No importaba nada. Cualquier cosa que pasara formaba parte de la diversión y la ilusión de pasarlo estupendamente bien. Esos parones nos ayudaban a recobrar fuerzas y corretear hasta el Teleclub donde tomar un refresco que apaciguara tanto cansancio acumulado. Era suficiente para seguir expectantes en medio de la pista. En las escaleras que llevaban a las escuelas del pueblo se concentraban bien sentados los más mayores, que con sus pañueletas y mandilones bien enfundados eran los testigos de todos aquellos que formábamos círculos de baile, compartiendo gracia y salero al son de las notas de la orquesta. Era también la oportunidad de ver a nuestros padres echando un baile como fin de fiesta entre las risas de esa juventud que también formaba parte de sus propios recuerdos. Con la imprescindible Muñeira de Chantada se ponía punto y final en la noche ya bien cerrada. Era el momento culminante donde casi todo el mundo se lanzaba a llevar su punta y tacón al son de la gaita. También era el momento en el que se formaba una niebla polvorienta visible a todos los ojos, gracias a la tierra que jugueteaba con tantos pies en movimiento. La de risas que nos llevábamos al volver a casa y observar los zapatos completamente sucios de tanto polvo.

Una vez más el cansancio se apoderaba de la jornada aunque en aquel tiempo mi propósito era que me dejaran ir a la verbena a media noche. A pesar de mis esfuerzos, tendrían que pasar unos cuantos años más para iniciar mis periplos nocturnos. Me quedaba la cena en la que, por fin, probaría la estupenda empanada que serviría de perfecto nexo para escuchar las aventuras de mi abuelo y los recuerdos de aquellas fiestas de mis padres que terminaban mucho antes que ahora. “ Antes cuando llegaba la noche se acababa el baile. Y con una lata se hacía música para bailar en las calles”. Era el tiempo de imaginar esas otras vidas, esas otras épocas. Eso sí, mis deseos de acudir por primera vez a la verbena no quedaban en el olvido. De repente, se oía nuevamente el aviso para volver al terreiro. Con un poco de suerte, igual el año que viene sería mi oportunidad.


 

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